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21 sept 2007

El ejecutivo asturiano y Zapatero

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Los aeropuertos ya no son lo que eran. ¿O sí? Depende de cuál pises. Tras una conversación digital, en una lista de correo privada, la de la @PDA, sobre el nuevo sistema de auto check in o facturación automática (el castellano es igual o más rico que el inglés), he decidido abrir una entrada sobre los viajes (pocos) que han enriquecido mi vida. La idea no es nada original –muchos blogs los recogen–, pero las situaciones cómicas, tragicómicas o cuasi calimitosas que se produjeron en algunas de mis experiencias viajeras, creo, merecen ser contadas.

El primer 'Enoviaje' (así denomino a esta nueva entrada) que me viene a la cabeza, sucedió en Gijón, concretamente, en el Aeropuerto de Asturias.

Viajábamos tres periodistas granadinos. Antonio Rodríguez, de Radio Granada Cadena SER, Pablo Quílez, de Granada Hoy, y un servidor, de IDEAL. Volvíamos a casa tras cubrir un partido de la Liga LEB que disputaron los equipos Fahro Gijón y CB Granada. Tras facturar las maletas, mediante el sistema tradicional de acercarse al mostrador, nos dirigimos a la puerta de embarque correspondiente. Nos hicieron introducirnos a todos los pasajeros en un especie de recinto acotado por unas mamparas de cristal, similares a las zonas reservadas actualmente para fumadores de la famosa T4.

Después de una larga espera, Antonio y yo, observadores internacionales donde los haya, empezamos a sospechar que algo pasaba. Mientras hablaba por el teléfono móvil con no recuerdo quién, un mensaje se oyó por la megafonía de la puerta de embarque. Tras pedir disculpas a mi interlocutor, colgué y pregunté a Antonio: «¿Qué han dicho?». «¿Qué el vuelo se cancela por un problema técnico?», farfulló el bueno de Antonio.

El personal clamó al cielo en un confuso murmullo generalizado, y las protestas, lógicas, aunque inútiles, por el silente proceder de la auxiliar de vuelo que atendía el mostrador de la puerta de embarque, empezó a pedir explicaciones. De repente, un caballero (algo menos después de su actitud) embutido en su traje de ejecutivo de sueldo medio (su estilo dejaba que desear), que al parecer tenía que enlazar en Madrid con un vuelo hacia Londres (de eso me enteré seis horas más tarde, tras coincidir con él en la cinta de recogida de equipajes de la vetusta T2 de Barajas), vomitó: «¡Cómo se nota que ya gobierna Zapatero!».

El murmullo general se transformó en un silencio más seco que el de un velatorio. Antonio, Pablo y este narrador nos miramos con una sonrisa entre cómica y asombrada. «Ya sabemos a quién vota, ¿no?», ironizé. Por aquel entonces, año 2004, hacía quince días que José Luis Rodríguez Zapatero y el PSOE habían ganado las elecciones del 14-M.

No acaba aquí
El problema técnico, con el que la compañía Iberia justificó la cancelación del vuelo, se debió a un supuesto pinchazo en una rueda del tren de aterrizaje, que ni Antonio, ni Pablo ni yo logramos localizar, tras analizar, a través del cristal de la terminal, todos los neumáticos del avión que teníamos antes nuestras narices y que nunca pudimos coger. Otro día desmenuzaré el resto de aquella larga travesía, que concluyó 19 horas más tarde en el Aeropuerto de Granada-Jaén, con noche incluida en el Tryp Barajas de Madrid.

El caldo
El vino tinto que servían en la clase turista de Iberia aquel día, previo pago, eso sí, era un cosecha de Lagunilla, de esos que embotellan en plástico, en un envase de 35 cl. Los hay mejores en esa casa riojana, sita en Cenicero. Salud

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